Sopa de verduras

Mediados de febrero y el invierno parece estar ya a punto de terminar. Lo vemos irse con un remolino de aprensión en el pecho, recordando –al menos quienes tenemos ya cierta edad– aquellos inviernos de antaño. Nos parecían siempre demasiado fríos y demasiado largos, pero nos encantaba el milagro de la nieve, que los iluminaba siempre, más pronto o más tarde según altitudes y latitudes, con su brillo, sus trineos, sus peleas de bolas y sus muñecos con bufanda y zanahoria.

En este invierno, cuando la nieve escasea hasta en las estaciones de esquí, impresiona leer el último relato que hemos publicado en LíbereLetras. Se trata de Prisioneras, de T. Combe, una autora contemporánea de nuestra Pardo Bazán que hemos traído de los Alpes suizos.

El relato nos cuenta la historia de dos mujeres, madre e hija, que quedan incomunicadas con una jauría de perros de caza en un humilde chalet alpino bajo una tormenta de nieve. Episodios como el narrado habrán ocurrido millones de veces a lo largo de los siglos en nuestros pueblos del Pirineo, o de la Sierra de Gredos o incluso de Sierra Nevada.

¡Con qué poco eran capaces de vivir nuestras abuelas, bisabuelas y tatarabuelas! Una sopa de harina, un cuenco de leche recién ordeñada, un poco de pan amasado en casa bastaban para alimentarse.

La compañía de los animales a cuyo destino estaban unidas, su cuidado, el que ellos les aportaban, bastaba para confortarse.

Ilustración de Assunta Gleria para Prisioneras, de T. Combe

Encender una buena lumbre, hacerse un buen chal de ganchillo o una manta de punto que nos arroparan en invierno eran las mejores actividades. No distinguían nuestras abuelas entre ocio y trabajo, no se regían sino por los ritmos del día y la noche, de la tierra, de los animales con quienes convivían, de sus propios cuerpos.

Y la esperanza de un amor, una carta inesperada o un boletín de noticias de la región bastaban para sentirse conectadas con el mundo y guardar el buen humor.

No es cuestión de caer en el falso tópico de que cualquier tiempo pasado fue mejor. El relato de T. Combe refleja bien que aquellos tiempos tampoco estuvieron exentos de angustia, por supuesto.

Sin embargo, en nuestros días merece la pena reconectarnos con esa capacidad humana de ser feliz con lo mínimo. En todo caso, de ser feliz con muchísimo menos de lo que acumulamos con el modo de vida actual.

Dos ideas bien de nuestro tiempo me vienen a la mente ahora: la necesidad de decrecer, por supuesto, impuesta por la crisis climática, y la sobriedad feliz, lanzada por Pierre Rabhi, uno de los pioneros de la agricultura ecológica, como camino hacia ese objetivo.

De hecho, nuestras casas y nuestras vidas están llenas de objetos, rutinas, actividades e incluso seres que nos estorban más que acompañarnos. Y lo peor es que los hemos ido acumulando con un esfuerzo ímprobo, a veces rayano en el sacrificio: cuántas horas muertas dedicadas a un trabajo al que no le vemos sentido, en condiciones de sometimiento a personas con las que no conectamos, hacia objetivos que van en contra de nuestras ideas, incluso de nuestra naturaleza…

Con ese esfuerzo fútil pagamos lo que luego acaba en nuestros cubos de basura, nos estorba en nuestros trasteros o nuestros rincones o nos roba el tiempo precioso de la serenidad.

Me leo de nuevo el relato de T. Combe y, para que la sensación de sobriedad feliz que me transmite me entre por todo el cuerpo, me hago una sopa de verduras olvidadas. La sopa es la comida que más se asocia a ese ascetismo que se vuelve ahora deseable en la era de la sobreabundancia.

Mientras corto las verduras, pienso en cuánto podría reducir mis horas –o mis años– de trabajo si prescindo de todo lo que no es realmente esencial para mí y los míos. Si reutilizo de forma inteligente todo lo que he acumulado, si cambio algunas alternativas vitales…

La receta combina lo viejo con lo nuevo, lo tradicional con lo innovador para paladear lo que podría ser esa sobriedad feliz, el bienestar que tenemos al alcance de la mano, en la punta de la lengua.

Receta de la sopa de verduras olvidadas

Ingredientes

  • 1 o 2 dientes de ajo
  • 1 cebolla
  • 1 nabo
  • 2 zanahorias
  • 1 rama de apio
  • 1 puerro
  • 1 chirivía (prescindir para un efecto más depurativo)
  • 1 bulbo de hinojo
  • 2 hojas de laurel
  • 2 litros de agua
  • 1 tira de alga kombu
  • 1 ciruela umeboshi (para un toque alcalinizante)
  • 2 cucharadas soperas de aceite de oliva

Preparación

  • Picar la cebolla, el puerro y los dientes de ajo y rehogarlos a fuego lento/medio
  • Cortar el nabo, las zanahorias, el apio, el bulbo de hinojo y la chirivía (en opción) en cubitos y añadir al rehogado hasta que empiecen a dorarse.
  • Añadir el agua con el laurel, la tira de alga kombu y la ciruela umeboshi.
  • Cuando empiece a hervir, salar a voluntad (menos o nada si habéis incorporado la ciruela), bajar el fuego y dejar cocinar durante 45min.

Esta sopa puede servirse de muchas formas: en su versión depurativa (sin la chirivía, que es un feculento), puede reservarse el caldo para tomar como consomé y utilizar las verduras para acompañar una carne blanca o un pescado.

Si optamos por la versión más glotona (con la chirivía), podemos también servirla como crema, triturando las verduras (sacar antes la umeboshi, el laurel y el alga kombu, que ya habrán dejado sus beneficios en el agua) con la cantidad de caldo que pidan para una consistencia al gusto.

La ciruela umeboshi es una preparación japonesa considerada como el alimento más alcalino del mundo. Sirve pues para compensar excesos ácidos (dulces, grasas saturadas, etc.).

Espero que disfrutéis tanto el relato como la receta.

Esta receta es

Vegana   Depurativa

Sin huevo Sin lactosa    Sin gluten


Créditos

Receta original tradicional adaptada.

Ilustración de Assunta Gleria. Fotografías de Emilio Lázaro.